sábado, 6 de junio de 2015

LOS ESCOLLOS DE LA MUERTE



Crónica del día: Llegó hace casi tres años a casa. Observando desde el cerro, poco a poco, para asegurarse de que este hogar sería el definitivo. Huidiza siempre, solo se rindió a mí cuando parió un único gatico muerto y me suplicaba ayuda para expulsarlo. La esterilizamos para que no sufriera más el embiste del deseo callejero y ha sabido, poco a poco, ganarnos para otra causa del corazón que ahora duele.


En momentos como estos quisiera ser médico, o enterrador o, como poco, lo suficientemente preparada para enfrentarme con lo desconocido hasta llegar a poder familiarizarme con Ella, con la pérdida que nos cuela desde sus huesos pálidos y las cuencas vacías de sus ojos. Quisiera tener la fortaleza que da el saber, a ciencia cierta, que la Muerte no es llegar a la nada, ni siquiera al olvido, sino que es el camino, frío y doliente, hacia otra forma de sentir sin que nos duela.
No he podido aún, decidir por ella con la eutanasia,  pese a que la veo, cada día, caminar sin suerte de estar viva, observando en ella la caverna que, poco a poco, lo que parece un carcinoma de células escamosas,  le va horadando la boca con la que ya a duras penas puede sustraer del plato las croquetas de gata adoptada y, por consiguiente, querida.

Hace días, Minimí, cruzó el arco iris para ir en busca de otra forma de enfrentarse a la Vida que sobre el asfalto le negaba una maldita y deshumanizada mano llena de veneno y un corazón duro como la rigidez cadavérica que pudo imprimir, voluntariamente y sin que se le quebrara la conciencia, a una gata noble y sin posibilidad de defensa. Y ahora, desde hace ya unos días que se me eternizan, Birdye, va despidiéndose, con sus flaquezas y su mirada acuosa y triste, de este paseo bajo las nubes, entre las sombras  del jardín que le  cubren del implacable sol que, al parecer, y junto a sus años, le ha propiciado esta forma fea de morir lenta, pero segura.

No, no estoy preparada para ninguna pérdida. Y más vale que me dé prisa en el ensayo, si no quiero seguir sufriendo, de por vida, con el dolor que me provoca la muerte de un ser querido. Ya sea persona, animal o cosa, y digo cosa,  no como ser, pero con el cariño por las cosas que, siempre, irremediablemente, como humanos de buena voluntad, llegamos a imprimirles un cariz de sentimiento y las acabamos queriendo como queremos a todo lo que hemos sido capaces de llevar a nuestras vidas, aunque sean de madera o porcelana.

Esperaré, esperaremos los dos, los humanos con corazón de esta casa (quizá de gato) unos días más. Hasta superar el escollo de poder decidir sobre la vida y la muerte de un animal felino, que supo llegar, desde la soledad y el hambre, a nuestras vidas.