viernes, 10 de agosto de 2012

DE LADRONES Y OTRAS TROPELÍAS.


Crónica del día. Mirar a través de la ventana abierta, ya no es posible. Los robos bajo los tejados, están siendo moneda corriente a manos de menores para ser castigados por su mayoría para delinquir.

No creo que a los gatos de esta Ciudad, nos haya mirado un tuerto; porque de un ojo sólo, aún no he visto a ninguno merodeando bajo los tejados. Pero sí,- y es un aviso a navegantes principiantes  y a otros marineros de sal incrustada en vena-  abran los dos ojos, aunque sean miopes y, como poco, tengan la retaguardia (de ojo sólo) preparada, por si las moscas.

Que estamos rodeados de ladrones no es nada nuevo  bajo el sol. Unos, de guante blanco, otros, elegidos por sufragio, y, demasiados, nativos o visitantes no contribuyentes  que viven en la tierra de  esto es Jauja,  el País de Nunca Jamás te descuides, y en el de las Maravillas robadas a ojos vistas; de día, a plena luz, en tu propia casa, estés dentro, fuera o, simplemente, mientras se dan vueltas con el carro de la compra por las ofertas del super, mirando de ahorrar un € para que otros, sin más oficio que adueñarse del esfuerzo ajeno, te quiten lo que ni siquiera te puedes permitir que te roben.
Pero Robin Hood, acaba de resucitar en la piel de un tal Gordillo,  político de esa izquierda desunida que jamás será unida, que roba a los supermercados, para dárselo a los pobres…Uno más, dando ideas; como si no hubiera bastante con los ladrones de verdad…Aunque reconozco, que después de escuchar su “exposición de motivos”, algo tendrían que preguntarse los que no responden; porque como decía Benedetti, "Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, cambiaron todas las preguntas".
En esta España cada vez más cañí, ladrones, atracadores y gente de mal vivir, campan a sus anchas como Perico por su casa. Pero hoy, de nuevo, aunque los ríos de sangre escriben las páginas de los diarios, ante la muerte de una mujer policía a tiro de atracador, y la noticia más popular parte de esa Andalucía de mis amores, me asalta, como parpadeo iridiscente ante los  ojos cansados de ver injusticias, la incomprensible Ley del Menor; la que debió soñar un legislador sin más pretensión que defender la integridad del niño, ante determinadas actuaciones de los mayores, -absolutamente razonable y necesario- pero debió quedársele en el tintero, que hay que distinguir entre menores, y esos menores que actúan peor que algunos adultos; porque mamaron lo peor de sus mayores al no cuidar del niño que llevaban dentro.
Demasiadas veces, quién legisla, desde los despachos aislados del lamento exterior, con alfombras persas bajo sus sillones de mullido cuero; y crucifijo presidiendo su inspiración, demuestra no tener ni idea de lo que se cuece en las calles de pies cansados de correr para alcanzar  al ladrón, o al asesino- que de todo hay en la viña del señor- porque no sufre en su palacio lo que el ciudadano de a pie en su gatera; como puede ser el asalto cuando duerme, lee un cuento a su hijo, o la mujer pone la lavadora, mientras las hijas adolescentes pueden morir pisoteadas o quemadas  después de robarles la vida en una violación. Porque los palacios legisladores, -donde se vive a cuerpo de rey- se rodean de cámaras de seguridad, guardias uniformados de recortada nómina, en las puertas del primer acceso a un interior, al que no puedes acceder ni para reclamar protección y, por supuesto porque muchos hijos de, caminan seguidos de escoltas, aunque sea para ir al baile.
Mucho se ha llorado ya, para intentar cambiar la Ley del Menor en lo que afecta a quienes nunca fueron niños, sino ladrones o asesinos de “corta” edad, con dispensa y absolución. Y,  nada de hacer caso los que mandan al pueblo soberano para que la Ley sea lo suficientemente legal y justa para proteger de ciertos “menores” al  ultrajado y no al ultrajador. Libere del dolor a la víctima y no trate con guante de seda al verdugo que, sin duda, se regodea de la facilidad para delinquir; porque sabe de la sobre- protección de la que se le ha investido; porque es menor -aunque le falten días para la mayoría de edad- para pagar por el daño infringido, pero lo suficientemente mayor para cometer las mayores atrocidades,  en exceso, protegidas.
No se ha visto mayor despropósito legal...O sí...
La Fuerzas y Cuerpos de Seguridad a veces se ven solos ante el peligro. Cansados de ir tras los que, una vez prestada declaración salen de los juzgados silbando de alegría y risa sin disimulo. Delincuentes de peligro en la “menor” conciencia.
¿Qué harán cuando tengan edad de merecer?
Al delincuente “menor”, se le borra el dolo acumulado hasta los dieciocho años recién cumplidos y, por imperativo de la ¿Ley?, se pone a cero su historial delictivo; porque no es lo mismo delinquir con años menos un día, que habiendo cruzado la barrera al día siguiente. Toda una condena legislativa, sí, pero para las inocentes víctimas.
Una se pregunta, dentro de todas las preguntas que una mente con corazón es capaz de preguntarse  ¿hasta dónde podemos aguantar? Porque la cadena no se rompe. No estamos ante el eslabón perdido; estamos ante una realidad que ya repugna y acongoja; ante la continuidad de la indefensión y permisividad de leyes y gobernantes; ante la angustia ensanchando los raíles del miedo por  la dureza de una vida desgarrada por la vileza, donde nadie soluciona nada. El salario del miedo, a veces no da para implicarse. Otras, la poltrona quita arrestos a quién pudiera hacer que las cosas cambiaran, porque ya está demostrado que vale menos una vida que un barril de petróleo, o llenarse los bolsillos, aunque el pueblo se muera de sed de justicia.
Esto es lo que hay. Y, lo peor, quizá este por llegar. Una gata como yo, nunca fue agorera. La ilusión marcó siempre mis pies calzados, aunque el camino fuera empinado, y la esperanza vistió la carcasa de la piel que habito. Pero la vida, en la cruda realidad dentro de la utópica espera de la llegada de un Mundo Feliz, es otra cosa para la que una nunca termina de acoplarse.
La calle destila horror y dudas. El anciano se muere sin memoria, para no ser testigo de los recuerdos mancillados. La juventud (por suerte no toda) ha mamado demasiada deslealtad. Algunos padres esconden niños para no alegrar la tristeza de muchas madres. Las casas son asaltadas en una propiedad que no nos pertenece. El don que es trabajar, hace arrastrar el cansancio y hasta desear hacerse mayor por si pudiera disfrutarse de la vejez, y…
Nada…no hay nada que justifique el cansancio al que nos ha sometido la injusticia.
Pese a todo; voy a celebrar que los gatos tenemos el don de olvidar. De no guardar en la memoria, sino el sabor y la caricia. De esperar siempre que, tras el cristal, el sol siga calentándonos en las tardes de invierno y, como dijo aquél: sentarnos en la puerta de casa y ver el cadáver de los ratones pasar…